Albert Camus fue un filósofo y ensayista que exploró durante toda su vida el concepto de la rebelión. “El hombre rebelde” es un tratado filosófico donde expone porqué el ser humano necesita confrontar las condiciones sociales y políticas que generan opresión, trascendiendo incluso estos conceptos más mundanos hasta llegar a la rebeldía metafísica (origen de cualquier otra rebeldía), definida como «el movimiento por el cual un hombre se alza contra su condición y la creación entera». “El rebelde metafísico invoca de manera implícita un juicio de valor en nombre del cual niega su aprobación a la condición que le ha sido impuesta. Él se alza contra un mundo destrozado para reivindicar su unidad” según interpreta Rubén Maldonado en su obra Absurdo y rebelión: una lectura de la contemporaneidad en la obra de Albert Camus.
Pocos autores como Camus han articulado tan genialmente esta experiencia humana que toca desde lo íntimo, hasta lo social-político y lo existencial-metafísico. Su lucidez y capacidad de discriminación para detallar y ubicar muy afinadamente tanto conceptos morales, filosóficos como religiosos, son un eco que ha dejado una luz constante que ilumina la conciencia colectiva y el paisaje intelectual universal, siendo un legado de incalculable valor tanto para su propia generación como para las generaciones futuras.
Él entendió y vivió en primera persona, a través de las circunstancias de su época, la energía destructiva que se podía generar a partir de la rebelión, así como su inevitabilidad. Supo dar a este concepto la mayor dignidad a través de la definición de ésta como un acto de voluntad constructiva en última instancia, un acto de reafirmación individual que respondía, sin embargo, a las máximas de verdad, libertad y justicia colectiva humanas.
En este sentido desmitifica la acepción católica institucionalizada de rebelión asociada al mal, a Lucifer, al acto de cuestionar el acontecer, el plan divino, apagando así cualquier sentido de culpa que se pueda generar por el hecho de ser un ser sensitivo, inteligente, y por tanto con una capacidad natural para poner en tela de juicio la realidad que se le presenta. Al mismo tiempo que desarrollaba esta idea, curiosamente, comentaba sobre sí mismo «No creo en Dios, es verdad. Y, sin embargo, no soy ateo. Incluso me siento inclinado, como Benjamin Constant de Rebecque, a ver en la irreligión algo de vulgar y de…, sí, de deteriorado», no renunciando así, tampoco, a la posibilidad del misterio, haciendo una autocrítica desapegada de su propia perspectiva.
Así a la vez que entiende la rebeldía como una condición natural del hombre, incluso deseable, da en la diana advirtiéndonos sobre los peligros y la contradicción misma de lo que puede suponer el acto de rebelarse, de cómo podemos acabar generando la misma energía de la cual nos hemos rebelado. El liberador que se convierte en tirano, la repetición de la historia, el triunfo de las fuerzas inconscientes sobre la soberanía consciente del ser humano.
Camus nos dice: no basta sólo con rebelarse, hay que saber cómo.
Siempre es un placer leer a Albert Camus. Fue un escritor brillante con una mente prodigiosa, una intuición sagaz y una mirada original y muy elaborada. Camus tenía una gran capacidad para exponer a través del lenguaje, sus pensamientos e inquietudes, reflexiones y hallazgos. Hay algo muy humano en su visión, algo que no es sólo suyo, sino que nos pertenece a todos, una peculiaridad que tiene que ver con una visión ecuménica del hombre.
Lástima que muriera tan joven, hubiera sido interesante ver cómo envejecía, descubrir los nuevos lugares a los que nos hubiera podido llevar, ya en el ocaso de su vida.