“No estás siendo negado, estás siendo liberado.”
Las cadenas invisibles que me atan van más allá de mi comprensión, sin embargo siento su peso.
Liberar las cadenas de la mente, de la experiencia, del condicionamiento, del recuerdo, de los antepasados, de la estructura que sostiene la vida y la muerte, del paso por esta tierra, de nuestra historia, de nuestra identidad misma.
Antes de la experiencia de la liberación se requiere de una fuerte contracción, una crisis que desmiembra la imagen que sostenía todas las mentiras que mantenían la ilusión, el reflejo imitador de lo que parece ser, pero no es, y nunca fue.
La experiencia de la liberación no es un proceso de toma de decisiones, ni es algo que se vuelca en lo externo, aunque tiene consecuencias en el proceso de manifestación. Es un profundo volcán interno que reacomoda las diferentes dimensiones que coexisten en nosotros.
Es el hálito sagrado que produce el alivio. El cuerpo convertido en suspiro convulso después del orgasmo redentor.
Es la exhalación del cosmos, que con un chasquido, transmuta la mente abriendo otras visiones, otros mundos, miles de universos, millones de galaxias.
Es la generación de la vida desde el huevo cósmico, la concepción de la consciencia a través del corazón inmanente, secreto, velado, y aún así omnipresente, radiante; pulsación consagrada de luz que expande la inteligencia iluminada.
Es una supernova que limpia el aire, deshecha todo lo caduco, aniquila oscuridades díscolas y antiguas, entidades grises que se escondían en nuestros pliegues psíquicos.
La liberación como experiencia disuelve la interrupción de lo no consumado, y vuelve a gestar el potencial del presente en un útero escondido y húmedo, contando los días pacientemente para ver nacer las nuevas semillas, estableciendo las bases del nuevo ser embrionado en estallidos irregulares.