«Sostenga el Cielo tu camino en calma,
que profundice como profundizan el Monte y el Mar,
y fluya el río que avanzando crece;
para que así, con cada mutación, tú puedas crecer.»
(Confucio, Tâ Chuân, Elegantiae –Odas Menores-, Libro 6)
Cierro los pasos,
cae la noche.
La devastación del paisaje
contrasta con el éxtasis recién nacido
en mi mundo interno.
Luminoso, amoroso, íntimo,
imperceptible a los ojos extraños.
Aceptación incondicional.
Paz.
Soy la luz,
soy la cruz.
Camino por las ruinas de lo inevitable,
consecuencias de acciones del pasado.
Invulnerable, protegida, abrazada por la creación,
por la serpiente cósmica que me ama.
Me susurra sus cantos sagrados
me sana,
me ayuda a recordar.
El mundo es en blanco y negro.
Mi corazón genera colores fuertes y brillantes,
en espiral,
vivos y armónicos.
Donde existe el amor no puede entrar nada más.
El nuevo día ha llegado.
El sol asoma radiante
iluminando las venas,
canales de la tierra.
Nacen galaxias en mis ojos
cada vez que cierro los párpados
y siento el legado perfumado.
Me sacudo el polvo y camino,
abrazando lo que no pudo ser,
contemplando los pasos que me trajeron hasta aquí.
Te desligas de lo que viviste,
de tus propios errores,
mientras los demás le hablan a esa imagen muerta,
en un espejo roto,
desactualizado.
Invoco a la inocencia.
Con serenidad afrontas el abismo de crecer,
de dejar que todo muera,
de dejarte morir en lo que ya no te corresponde,
no te lee.
Reciprocidad,
Intercambio,
Equilibrio,
Nutrición.
Se abren mis entrañas
donde vive el veneno adormecido,
ensordecedor,
Mi mandíbula abre las puertas
a la purga cósmica,
agujero de gusano
que forma parte de la red del mundo.
De abajo a arriba, se expulsa
todo aquello en nosotros que no pudo ser nacido,
que es nuestro y de otros,
todo aquello que no sirve,
que obstaculiza el caminar.
Ahora hay una pausa
perturbadora,
que contiene memorias antiguas,
dolorosas.
Un instante de desorientación
y grito silencioso.
Bloqueo de intenciones.
Los pasos no son claros
y se entrecruzan.
Cierro la senda,
cae la noche.
La devastación del paisaje
contrasta con el éxtasis recién nacido
en mi mundo interno.
Luminoso, amoroso, íntimo
imperceptible a los ojos extraños.
Todo se desdibuja
y el sendero permanece oculto como el ocaso.
Madriguera de sueños,
capítulos por resolver,
aún, potencial.