Ante ti me inclino, Amado.
Guardo mis armas y te rindo pleitesía
ofreciéndote todo aquello que no comprendo,
me limita, me supera y desborda.
La materia ahoga como una soga
a punto de cerrarse.
Oro de misterio que escupe desde dentro
como un cataclismo rítmico,
golpe a golpe,
esculpe nuestra inconsciencia
como un martillo inexorable.
Eres la flor más hermosa, el aroma más embriagador jamás percibido.
Todo mi ser se vuelve a ti como una sonrisa aniñada,
me regocijo en tu presencia,
como un girasol que busca el sol que lo ilumina,
así mi espíritu se eleva hacia tu luz.
Eres una cordial sonrisa, un gesto amable, la ayuda de un extraño, la gratitud de un animal.
Todo está lleno de ti, Amado.
Incluso en las noches más oscuras, siempre había un destello invisible
apenas tintineando, testimonio del Amor que no vemos.
Eres el alfa y el omega, la sustancia y la carne, el verbo numinoso que aún no comprendemos.
Humildad en la dádiva, juego cósmico travieso que nos enseña a caer y levantarnos.
Belleza y éxtasis. Gozo.
Eres la Gracia.
Ternura infinita,
mirada limpia,
Dios.