La sociedad de la nieve, la empatía hecha cine

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José Antonio Bayona reinterpreta la historia, por todos conocida, sobre la tragedia de los Andes. Una historia de resiliencia y supervivencia extraordinaria, contada por él a través de una empatía conmovedora promovida por el vínculo creado con los supervivientes y las familias de los que fallecieron. Es uno de esos proyectos que se convierten en algo más grande, debido no sólo a la calidad de la obra en sí (efectos especiales, trabajo actoral, fotografía…) sino también por el impacto que ha tenido en la audiencia.

El director logra ponernos en la piel de las personas que pasaron por esta experiencia, haciendo gala de una inusual sensibilidad. Como él mismo cuenta en una entrevista, el hecho de descubrir al otro a través de una experiencia de máxima necesidad y reconocerlo como un igual a través de una situación en la que no se tiene ningún control y, con pocas posibilidades de supervivencia, abre la conciencia a un reencuentro con lo esencial, a conectar con lo mejor del ser humano. “Nunca fuimos tan buenas personas como en la montaña” comentaba uno de los supervivientes.

No es extraño que la película haya conectado con el espectador y la reacción del público esté siendo tan positiva. El reparto hace un trabajo realmente excelente, en un set, según Bayona, dónde se primó la exploración de la situación desde los personajes, buscando qué podían ir encontrando en la propia experiencia, pasando frío y prácticamente sin comer, buscando siempre la emoción real. En realidad, no hay nada de sobreactuado en la película, hay una sensación de realismo y sobriedad muy bien conseguidos a la vez que se respira una asombrosa vulnerabilidad. Como director, el trabajo con los actores ha sido magnífico.

Es la segunda vez que el director explora la temática de la supervivencia después de “Lo imposible”. Estar al borde de la muerte nos lleva a conocernos a nosotros mismos, nos obliga a reinventarnos y a reorganizar nuestras prioridades. Es fácil disertar sobre lo que está bien y lo que está mal, dar nuestra opinión o justificarnos a través de nuestros valores cuando nuestras circunstancias a pesar de los desafíos cotidianos se mantienen en un grado de normalidad. Pasar por situaciones límite, extremas, nos permite descubrir de lo que estamos hechos, explorar quiénes somos fuera de nuestro rango de comodidad. Atravesar una vivencia semejante elimina cualquier espejismo, el peso de la realidad cae como algo inevitable y lo más importante es la transformación vivida a través de la experiencia. Por eso las personas que sobrevivieron muchas veces hablan de que después de lo que pasó fue muy difícil volver a la vida ordinaria.

Dar voz a los muertos, como apunta Bayona, es lo que faltaba para cerrar ese capítulo. Por eso el principal narrador es Numa Turcatti ( interpretado por Enzo Vogrincic), fallecido en el accidente. A través de sus ojos observamos cómo se desarrollan los acontecimientos, y como él, mediante su viaje personal acaba ofreciendo su cuerpo para la supervivencia de los otros.

Lo excepcional de esta película es precisamente cómo le da un giro de 180 grados a la interpretación de los hechos, la muerte como sustentadora de los que quedaron, lo que les permitió volver. La máxima adversidad como generadora de conciencia del valor de la vida, la polaridad vida/muerte vivida en 72 días, y marcando para siempre, la vida de aquellos 16 hombres.

“Jota”, como le llaman sus actores jóvenes, ha hecho un trabajo de reconciliación. Ha sabido llegar al corazón, de los muertos, de los vivos, de los afectados, de los que, como espectadores, hemos estado en la montaña con ellos, sintiendo lo que ellos sintieron durante dos horas y veinte minutos.

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