“Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” reza el Padre Nuestro.
El perdón es una experiencia profunda, de apertura hacia una vibración más elevada y virtuosa. Nos protege del veneno del resentimiento, la codicia y el rencor. Es una apertura de corazón que llena la mente de sosiego y esperanza y restaura el orden del mundo interno.
Cuando además viene acompañado de un discernimiento de los motivos que generaron una situación determinada, perdonar es un bálsamo que psicológicamente es muy beneficioso, te libera de cualquier atadura que puedas tener con dicha situación, desligándote de las posibles consecuencias o resultados. Te permite trascender tu propia postura, tu visión focal, unilateral (egoica), para abrazar una realidad más completa e íntimamente conectada entre nosotros y los demás, aportando una apertura mental y afectiva. Porqué lo que es adentro, es afuera.
Perdonar es elegir la paz ante todo.
Paradójicamente, cuando perdonas generas una fuerza que contrarresta la energía que tu posición produce en la situación, manteniéndola, y por tanto, se produce una liberación del antagonismo que causa el conflicto, eliminando la discordia.
El perdón es amor en acción.
Es priorizar la unidad en contraposición a la separación. Internamente esto genera una coherencia y claridad en nuestra propia energía, permitiendo que los favores del cosmos vengan a nosotros, abandonando las cargas negativas, entendiendo que el sol sale cada día para todos. Por ello es un generador de nuevas experiencias y te predispone positivamente hacia la vida.
El perdón es humildad,
aceptar el misterio,
estar agradecido por lo que se recibe.