El miedo se define como la sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.
Este fenómeno forma parte de la experiencia humana, y lo experimentamos de muy diversas formas a lo largo de la vida. Pueden existir miedos difusos, producidos por eventos traumáticos, miedo ansioso que anticipa el cumplimiento o la falta de éxito en lograr algo que deseamos, miedos heredados…
Podría parecer, en un primer momento, que la sensación de miedo es algo concreto y que identificamos claramente cuando la sentimos, pero esto está muy alejado de la realidad. La sofisticación de la psicología humana, compuesta de memorias, sentimientos, procesos mentales, condicionamientos y todo tipo de influjos presentes y pasados, generan estructuras psíquicas que muchas veces se disfrazan a modo de creencias limitantes, fantasías, evasiones espirituales, mecanismos de autosabotaje o incluso en una arrojada autoconfianza en nosotros mismos (para compensar algún tipo de carencia interna).
Cuando una emoción de este tipo nos domina, se produce un rapto de nuestra energía interna que es opuesta a la vivencia de estar enraizados. Este rapto psíquico se puede producir temporalmente cuando la intensidad de la emoción se agudiza por algún evento externo, o puede estar instalado más profundamente en nuestra estructura de personalidad.
El miedo se supera cuando logramos experimentarlo plena y repetidamente hasta que podemos superar su influjo. Esto muchas veces viene dado cuando experimentamos una crisis y entramos en un proceso de actualización obligados por la sensación de incomodidad que nos genera. Cuánto más profundamente arraigado esté, mayor será el tiempo que necesitaremos para conocerlo íntimamente y recolocarlo.
El final de este proceso siempre aportará un mayor autoconocimiento de quienes somos, y nos habrá obligado a tomar determinadas decisiones, muchas veces reorganizando nuestras prioridades.
Lo contrario del miedo es la confianza. El primero nos somete y nos maneja como si fuéramos una marioneta, la segunda genera orden y estabilidad, un lugar seguro, bienestar. El miedo debería ser un lugar transitorio, un lugar donde conocemos nuestras sombras y debilidades que forman parte de la vulnerabilidad que necesitamos transitar para seguir creciendo.