La palabra gozar significa «emoción intensa y placentera causada por algo».
Todos experimentamos la alegría en nuestro día a día y no podríamos vivir sin estos estados de ánimos que están relacionados con una energía positiva que inunda nuestra cotidianidad.
Me gustaría hablar del gozo místico como una vivencia diferente al placer o a la alegría mundana que son emociones muy distintas. Para describir este concepto, en la Biblia se utilizan diferentes términos que provienen del hebreo śimḥāh («contento, alegría»); gûl o gîl («estar gozoso»), māśôś («gozo», «regocijo») y śāmēaḥ («brillar», «estar alegre»). Tiene relación con el deleite en el bien, y en contraposición al paganismo, el gozo está unido a la rectitud moral, en palabras de Kaufmann Kholer (JewEnc, in loco).
El gozo místico es una experiencia de plenitud y júbilo sereno que inunda el corazón. No responde a ninguna circunstancia externa sino que es una dicha interna producida espontáneamente, por eso se dice que es un don de Dios. Suele ir acompañado de una sensación de comunión, del latín «communio», formada por el prefijo con (entero, junto, completo) y munus (cargo, servicio público). Es decir una sensación de integración profunda, de lo que hay dentro y fuera, de lo que estaba separado, una especie de alineamiento íntimo. Precisamente por su significado, simbólicamente en el cristianismo, la comunión es recibir a Dios a través de la eucaristía y a partir de este sacramento iniciático asumir la responsabilidad de compartir con la comunidad esta alianza, siguiendo los preceptos religiosos.
Así, también existe una diferencia significativa entre el gozo y el éxtasis místico, según lo describe Santa Teresa de Jesús u otros autores como Abraham Maslow, Ken Wilber o Alan Watts . El éxtasis es una experiencia mucho más intensa donde la presencia de Dios es total, produciendo un arrobamiento espiritual difícil de describir, mientras que el gozo místico es una sensación apacible de unidad interna.
Gocemos pues de este maná del cielo que se contenta en sí mismo sin pedir nada a cambio. Que el espíritu de Dios siempre nos guíe y nos dé el verdadero alimento que nos saciará. Porqué como decía Jesús «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mi nunca tendrá hambre y el que cree en mi, nunca tendrá sed» Jn 6, 35.